Las recientes declaraciones del Ministro Gallardón parecen sacadas de un manual de la Sección Femenina, nos recuerdan un tiempo cuando casarse y ser madre era el único destino reservado a las mujeres. Nos retrotraen a un discurso que reduce el hecho de ser mujer a su función reproductora, la maternidad como esencia de lo femenino, la vuelta a la mujer-naturaleza.
Según Gallardón, “La libertad de la maternidad es lo que hace a la mujeres auténticamente mujeres”. Una cosa es la maternidad biológica y otra bien distinta la maternidad como construcción cultural. La exaltación de la maternidad en estos términos, apelando a sentimientos ilusorios que arrancan del mito del instinto maternal, reduciendo a la mujer al hecho de la maternidad, nos devuelve al espacio privado, a la permanencia en el hogar, para poder dar cumplimiento a ese mandato patriarcal sobre la maternidad y ser “auténticas mujeres”.
No es un discurso nuevo, desde la antigüedad se ha ido construyendo un discurso político y simbólico en torno a la maternidad. Para un mujer ateniense ser una fecunda madre de hijos, varones a ser posible, es la forma de realización más completa para la mujer, pero siendo la responsable de traer nuevos ciudadanos al mundo se le niega el derecho a la ciudadanía. Y los revolucionarios franceses que universalizaron el concepto de igualdad –eso sí, igualdad entre varones- también exaltaron la maternidad, la mujer-madre transmisora de las virtudes cívicas pero sin derechos de ciudadanía. La exaltación de la maternidad, de la idea de la mujer-madre, siempre ha tenido un correlato que implica la negación de la mujer como sujeto individual.
La maternidad, cuando no es libre, cuando se convierte en un destino impuesto, ya sea en el terreno legal o en el simbólico, nos limita y reduce nuestras expectativas personales, nuestra individualidad y nuestros derechos.
La reforma que propone el Ministro Gallardón es un claro retroceso en los derechos de las mujeres, en el terreno legal, al volver a tutelar y someter a supuestos tasados la decisión de interrumpir voluntariamente el embarazo y, en el terreno simbólico al volver a un discurso que criminaliza moralmente a las mujeres que toman responsablemente esa decisión, ya que no es una auténtica mujer la que decide no ser madre. La libertad está en decidir libre y responsablemente el momento de ser madre. No hay libertad si no hay derecho a decidir.
Las mujeres no necesitamos ser madres para construirnos como sujetos. Las mujeres seremos madres si así lo decidimos, porque es nuestro deseo, no porque sea nuestra función social ni porque el Sr. Gallardón decida quién es o deja de ser una “mujer auténtica”, una actualización de la vieja idea de que la mujer no está completa hasta que no es madre. Sin duda, el Sr. Gallardón se está convirtiendo en el nuevo mesías del patriarcado.
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