martes, 12 de noviembre de 2013

Violencia(s) Sexual(es)

Con motivo del 25 de noviembre,  Día Internacional contra la Violencia de Género, este año hemos querido hacer visible que  cuando hablamos de violencia de género no sólo nos estamos refiriendo a la violencia ejercida por la pareja o ex pareja. Es cierto que esta violencia es la que más visible está en la sociedad y, eso es positivo porque ha costado mucho tiempo y trabajo lograr este reconocimiento social, sacar la violencia machista del ámbito privado para convertirla en un problema social que requiere de una respuesta integral por parte de toda la sociedad. Pero no podemos convertir la violencia de género en sinónimo exclusivo de violencia ejercida por el hombre hacia la mujer en el ámbito  de la pareja. Tenemos que tener presente que todas las formas de violencia ejercida contra las mujeres suponen un grave atentado al derecho a la libertad, la salud, la integridad física y psíquica, la seguridad, la dignidad y la vida de las mujeres. En el momento de escribir estas palabras, 47 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o ex parejas, un asesinato por agresión sexual, 2 asesinatos vinculados al tráfico de mujeres y prostitución.
Todas las manifestaciones de la violencia machista se basan en la desigualdad, y son un mecanismo eficaz para garantizar  el sometimiento de las mujeres. La violencia, o la mera posibilidad de saber que esa violencia puede ser ejercida en cualquier momento, por cualquier hombre, en cualquier lugar, constituye un mecanismo de control del sistema patriarcal. Las mujeres crecemos siendo educadas en el miedo a sufrir algún tipo de agresión, aunque no se nos diga explícitamente. El miedo es un mecanismo de control y coacción, un recordatorio constante de la distinta posición que mujeres y hombres ocupamos en la sociedad y sobre todo, un recordatorio de quién es el que ostenta el poder.
La normalización social y cultural de la violencia hacia las mujeres en general y de la violencia sexual en particular, ha sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad, siempre presente en todas las culturas y todas las épocas. Nuestra cultura está llena de imágenes que contribuyen a normalizar las agresiones sexuales y la violencia de género.

La imagen que hemos escogido para estas jornadas corresponde a una escultura del Barroco (s. XVII) , una obra de  Bernini que representa el rapto de Proserpina por Plutón (Perséfone y Hades en la mitología griega). Desde la mitología griega hasta el cine actual, nos encontramos con todo un universo simbólico en el que la violencia hacia las mujeres es una constante y que ha sido determinante a la hora de construir un imaginario colectivo tolerante hacia la violencia de género.

Toda nuestra tradición cultural está llena de imágenes de violaciones y agresiones a mujeres, desde la mitología griega pasando por todas las representaciones de la misma en la Historia del Arte hasta los productos culturales de nuestra época: cine, literatura, música, etc, nos siguen remitiendo a esa aceptación de la violencia como algo casi natural. Cuando la violencia se nos muestra a través del arte, de la literatura, del cine o de cualquier producto cultural, se produce el efecto del distanciamiento psicológico sobre el hecho en sí que se nos muestra y de esa forma se sigue normalizando y aceptando la violencia hacia las mujeres.
La imagen del rapto de Proserpina no es muy distinta de las que pudimos ver hace poco con motivo de las fiestas de San Fermín. Mujeres expuestas en el espacio público que eran objeto de tocamientos y que se pretendía justificar en algunos casos como algo "inocente", "producto de la fiesta", o "si vas ya sabes a lo que te expones", es decir, al final, la culpable de sufrir la agresión es la mujer, o lo que es lo mismo, el espacio público sigue siendo un ámbito hostil (y no es que el espacio privado sea tampoco un lugar "seguro" per se para las mujeres, pero los argumentos para justificar o aceptar la violencia en esos casos son distintos)  para las mujeres. En definitiva, sigue funcionando la coerción patriarcal a través de la violencia, del hecho de hacernos sentir que somos vulnerables, de socializarnos en el miedo y en la desigualdad.

El cuerpo de las mujeres se convierte así en campo de batalla, en un objeto expuesto a la mirada y el deseo masculino, que se lo puede apropiar en cualquier momento, sin importar nuestro deseo ni voluntad. ¿Existe acaso mejor expresión del orden patriarcal?. Acabar con la normalización de las violencias sexuales, deconstruir todos los discursos y relatos simbólicos y los que no lo son,  que contribuyen a justificarla y por tanto, a perpetuar la desigualdad, es sin duda uno de los retos que tenemos para construir una sociedad en igualdad para todas y todos.

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